Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño,
y le dieran una flor,
como prueba de que había estado allí.
Y si al despertar
encontrara esa flor en su mano,
¿entonces que?”

La Flor de Coleridge

Una mujer sin historia ni recuerdos de pie sobre el mundo. Que sueña ser…que vive en el sueño de alguien más que puede dejar de soñarla…concluyendo así con sus propios sueños y deseos. Ella vive ajena a estos hilos invisibles que anteceden a su propia voluntad. Todo está supeditado al gran soñador, el manipulador. Quien elige; el qué, el cómo y el cuándo, de sus situaciones y sus vínculos. Como un dramaturgo que opta en la inspiración de su escritura las peripecias por las que atraviesa el personaje. Es el sueño de un creador que se refleja en las vivencias de su creación dándole así la vida.
VERÓNICA MATO


El dramaturgo/personaje (Manipulador) imagina, borra, hace y deshace, quita lo accesorio, embellece con metáforas, entra en crisis.
Es la crisis del arte y la posibilidad de la vanguardia.
Él interpela a su propia escritura. Se trata de un custionamiento casi biográfico, escencial.
Sus ideas, su estética, sus palabras están puestas en juego. También lo está su propia masculinidad cuyos rasgos ha delineado la dramaturga mujer (Mato).
El personaje creado es femenina y caprichosa, escapa a los límites impuestos, invade el paisaje y los sueños del Manipulador.
Elige sus palabras, su devenir, cambia el transcurso de las cosas y su trayecto. Invade los sueños de su creador. Sueña y es soñada.
Una concepción circular en la que dos personajes nacen y mueren para volver a empezar otra vez.
SUSANA SOUTO